Con una historia conmovedora y llena de esperanza sobre la inmigración, el destacado director británico Ken Loach, de 88 años, continúa su legado en el cine social. En su última entrega “El viejo roble”, que se estrena este jueves 17 de abril en Chile, retrata las adversidades que afronta una familia siria que escapa de la guerra y se va a vivir a un pequeño pueblo del norte de Inglaterra. Allí los residentes ven a los recién llegados como una amenaza, porque creen que les darán todos los beneficios a ellos y que la gente de la zona que necesita ayuda quedará a la deriva. Mientras los nuevos vecinos se instalan uno de los lugareños se entera que compraron una casa a un precio muy bajo. Esto lo hace enojar, porque a él una vivienda similar le costó mucho más dinero. Al indagar la situación, descubre que no es un privilegio, sino que las viviendas en el sector están devaluadas, porque cerraron las minas y mucha gente se fue de la ciudad, pero igual siente que es injusto. Esta familia de refugiados, compuesta por una madre y tres hijos, recibe un trato hostil en las primeras semanas. De hecho, el mismo día que llegan al pueblo un hombre le quita a Yara, la hija mayor, su cámara y la rompe. Ella le exige que la repare, pero él se niega. Afortunadamente, Tommy Joe Ballantyne ( Dave Turner), dueño de “El viejo roble, el último pub que queda en el pueblo, ve todo lo ocurrido y vende unas cámaras antiguas que tiene y con el dinero paga el arreglo del equipo. La joven agradece mucho este acto de bondad, porque la cámara tiene un valor sentimental muy importante para ella, ya que su padre, quien fue encarcelado en Siria durante la guerra, se la regaló para que cumpliera su sueño de ser fotógrafa. A partir de este momento, se forma una amistad entre Yara ( Ebla Mari) y Tommy Joe Ballantyne, que se va fortaleciendo con el tiempo. Ambos se dan cuenta que hay mucha necesidad en el pueblo y deciden abrir un comedor comunitario en las dependencias del bar. Su lema es “si comemos juntos, permanecemos juntos”. Para ellos esto no es caridad, sino solidaridad. Muchas familias participan y agradecen la iniciativa, porque significa una gran ayuda. Pero justo cuando el pueblo se está uniendo y los pobladores avanzan juntos en pro de un mismo objetivo, un grupo de lugareños boicotea el proyecto hasta lograr que el comedor comunitario se cierre. La razón: están molestos, porque habían solicitado el lugar para hacer reuniones vecinales, pero Tommy Joe no se los prestó para evitar conflictos, ya que el ambiente estaba tenso. Por esto, sienten que les arrebataron el único espacio público que les quedaba. Con este drama social el cineasta Ken Loach muestra que en la clase trabajadora no hay bandos ni enemigos, porque todos luchan por lo mismo, y que permanecer unidos, y ser solidarios y empáticos unos con otros es un acto de rebeldía, de resistencia en estos tiempos de división. El director una vez más apostó por un elenco de actores no profesionales para darle más realismo a la historia y lo consigue, porque en algunos momentos pareciera que es un documental que retrata el diario vivir de un lugareño del pueblo. Con “El viejo roble” se cierra la trilogía no oficial de Loach. Esta comienza con la película “Yo, Daniel Blake” (ganadora de la Palma de Oro en Cannes), que aborda la burocracia y la precariedad en el trabajo. Le sigue “Lazos de familia”, que se centra en la economía del delivery y la explotación laboral. De las tres, la cinta que se estrena este jueves 17 de abril es la más esperanzadora. Este largometraje podría ser la última pieza cinematográfica del director británico, de ser así se despediría siendo fiel a su estilo y al mensaje que le interesa transmitir.
Buenas actuaciones, planos interesantes y una trama cautivadora, son algunos de los ingredientes que escogió Sébastien Tulard para crear su ópera prima “Azúcar y estrellas” , película que narra la historia de superación personal de Yazid Ichemrahen . Mientras el director se sumergía en la vida real del destacado chef que se convirtió en el mejor repostero del mundo con solo 22 años, se olvidó de un elemento clave: darle emoción al relato. Esto es un error, porque hace que la narración sea plana e insípida y que los espectadores no conecten totalmente con el protagonista. A pesar de esta carencia el largometraje no se considera malo, funciona, por algo ha cruzado fronteras, pero resulta más informativo que motivacional, es decir, no es de esos films que al terminar de verlos uno siente que puede conseguir todo lo que se proponga. Durante la película se cuenta la historia del joven de origen marroquí alternando escenas de su infancia, adolescencia y adultez. En ellas se ve que Yazid crece en centros de menores y con una familia de acogida - que le heredó el gusto por la repostería - porque su madre nunca pudo cuidarlo, ya que tenía problemas de alcoholismo. Gracias a su esfuerzo, audacia y disciplina el muchacho encuentra trabajo en el restaurante del reconocido chef Massena. Para poder formarse con él viaja 180 kilómetros diarios, pero no le importa con tal de ser su aprendiz. Más tarde el protagonista encuentra empleo en un hotel de la Costa Azul. Todos los días después de su jornada laboral se queda en la cocina perfeccionando sus creaciones, porque quiere participar en un concurso de chocolatería, cuyo ganador se convertirá en miembro de la delegación nacional que representará a Francia en la competencia mundial. Justo cuando se acerca la fecha del torneo lo echan del trabajo. Esto empeora el panorama y su situación económica ya era compleja. De hecho, dormía en la playa, porque todo su sueldo era retenido por un préstamo que pidió en el banco. Lo que más le duele de su despido es que se queda sin un lugar para practicar, pero se las ingenia y consigue apoyo de un empresario, quien le dará empleo si se convierte en el mejor repostero del orbe. Después de triunfar en la versión local, el joven trabaja como nunca para brillar en la competencia internacional de repostería sobre hielo. Cada sacrificio vale la pena, porque Yazid hace historia al convertirse en el campeón más joven del mundo de todos los concursos de pastelería. Gracias a esta hazaña hoy el destacado chef es consultor de los restaurantes más famosos del planeta. Ojalá muchos niños, jóvenes y adultos puedan conocer a través de la cinta “Azúcar y estrellas” la potente historia de superación de Yazid Ichemrahen que muestra que nuestro origen no determina qué tan lejos podemos llegar, porque con disciplina y trabajo duro los sueños se pueden cumplir, aunque a veces parezca imposible. El actor e influencer Riadh Belaïche encarnó al protagonista. Este papel fue su debut en la pantalla grande. Su trabajo fue bueno, pero si el guion hubiese tenido más fuerza su interpretación habría conectado más con los espectadores. El cineasta lamentablemente perdió la oportunidad de hacer una película que marcara la diferencia. “Azúcar y estrellas” habría sido mucho más conmovedora si hubiese transmitido la frustración que sintió el joven cuando lo echaron del prestigioso hotel donde trabajaba, la impotencia que lo embargó luego de que se rompiera su proyecto de chocolatería y la decepción que tuvo al ver que su madre no estaba cuando la necesitaba. Solo en el concurso donde el chef disputó el título de mejor repostero del mundo, hubo un viaje de emociones en la vida real, pero en la cinta faltó suspenso, tensión y la felicidad desbordante que sintió Yazid cuando lo coronaron como ganador. Sin duda, el director tenía una materia prima de muy buena calidad, pero no le sacó provecho, porque le faltó la sazón o si lo llevamos al mundo de la pastelería el dulzor esperado. Además, el largometraje tiene varias alteraciones temporales que afectan el curso del relato, ya que no queda claro cuál es el orden de los hechos. Si bien la cinta no le hace justicia a la historia real del protagonista, porque no está muy bien contada, y al terminar de verla uno queda con gusto a poco y con la sensación de que merecía una mejor narración, de igual forma se logra transmitir un mensaje inspirador, porque la historia de vida de Yazid es potente por donde se la mire, así que vale la pena verla.
Una dicotomía impactante que muestra el lado luminoso y oscuro, bueno y malo, inocente y culpable de una de las víctimas del holocausto, es en palabras simples el drama que narra la película “Stella, una vida, dirigida por el cineasta alemán Kilian Riedho. El largometraje cuenta la historia real de Stella Goldschlag , una cantante de jazz judía que entre 1943 y 1945 entregó a cientos de compatriotas a la Gestapo para que no la enviaran al campo de concentración de Auschwitz. La cinta empieza con escenas de alegría y regocijo. En los primeros minutos se ve a la protagonista ensayar con su banda. Su sueño es migrar a Estados Unidos y convertirse en una artista famosa. Luego la pantalla se va a negro y la joven aparece en una fábrica de armas. Han pasado varios sucesos desde las imágenes anteriores. Ahora Stella está casada con Manfred Kübler (Damian Hardung), un integrante de su grupo musical, es obligada por el régimen nazi a realizar trabajos forzados y vive escondida en un sótano, porque el holocausto ha comenzado. Lamentablemente, su esposo es capturado y llevado a un campo de concentración. Tiempo después la cantante establece una relación con Rolf, un judío que vende pasaportes falsos. El romance se intensifica y se van a vivir juntos. Con tal de generar dinero y de ayudar a sus padres, la joven se une al negocio de su novio. Cierto día la policía la arresta y le exige que le revele dónde vive un judío que le entregó documentos de identidad, ella se niega a hablar y la golpean sin piedad. Las imágenes son muy fuertes y realistas. Como Stella no colabora la Gestapo le advierte que la enviara junto a sus padres a un campo de concentración, para que esto no ocurra acepta ser una espía. En ese minuto con 21 años se convierte en una opresora de su pueblo y comienza a delatar a cientos de personas, incluso a sus propios amigos, algunos de ellos papás de niños pequeños. Cuando se da cuenta de que no conoce a más gente a quien pueda entregar convence a los policías alemanes de que liberen a Rolf y lo dejen trabajar como cazajudíos para que capture a sus ex clientes. Más tarde la protagonista se da cuenta de que todo el daño que hizo fue en vano, porque la Gestapo no cumplió el trato que tenían y envió a sus padres a un campo de concentración. Posteriormente la película muestra el juicio que enfrentó la artista en 1957 por colaborar con el régimen nazi y provocar la muerte de cientos de personas. En ningún momento ella reconoce que fue culpable, al contrario, intenta conseguir testigos que hablen a su favor para así quedar libre. Finalmente, es condenada a diez años de prisión, pero no es encarcelada, porque después de la segunda guerra mundial un tribunal militar ruso la sentenció a estar una década privada de libertad y acababa de cumplir la condena. La cinta no busca enjuiciar a Stella. De hecho, muestra que después del holocausto lo pasó mal, porque la gente la detestaba, incluso su hija, y que esto le afectó tanto que intentó quitarse la vida. Más bien la película invita a los espectadores a que se pongan en el lugar de la joven y que se pregunten si se puede ser víctima y opresor al mismo tiempo y qué estarían dispuestos a hacer para salvar su vida y la de sus seres queridos. La forma en que se narra la historia es muy atrapante, porque tiene ritmo, buenos giros, una excelente ambientación e impecables interpretaciones. Sobre todo destaca el trabajo de la actriz Paula Beer (Cielo Rojo, Undine, En Transito, Frantz), quien se luce en su rol protagónico gracias a su gran versatilidad. “Stella, una vida” es un gran acierto cinematográfico que aporta una nueva arista en el relato del holocausto. Con esta tremenda película el director Kilian Riedho enfatiza que es importante recordar para no repetir. Sin duda, un largometraje cien por ciento recomendado.
Con una historia conmovedora y llena de esperanza sobre la inmigración, el destacado director británico Ken Loach, de 88 años, continúa su legado en el cine social. En su última entrega “El viejo roble”, que se estrena este jueves 17 de abril en Chile, retrata las adversidades que afronta una familia siria que escapa de la guerra y se va a vivir a un pequeño pueblo del norte de Inglaterra. Allí los residentes ven a los recién llegados como una amenaza, porque creen que les darán todos los beneficios a ellos y que la gente de la zona que necesita ayuda quedará a la deriva. Mientras los nuevos vecinos se instalan uno de los lugareños se entera que compraron una casa a un precio muy bajo. Esto lo hace enojar, porque a él una vivienda similar le costó mucho más dinero. Al indagar la situación, descubre que no es un privilegio, sino que las viviendas en el sector están devaluadas, porque cerraron las minas y mucha gente se fue de la ciudad, pero igual siente que es injusto. Esta familia de refugiados, compuesta por una madre y tres hijos, recibe un trato hostil en las primeras semanas. De hecho, el mismo día que llegan al pueblo un hombre le quita a Yara, la hija mayor, su cámara y la rompe. Ella le exige que la repare, pero él se niega. Afortunadamente, Tommy Joe Ballantyne ( Dave Turner), dueño de “El viejo roble, el último pub que queda en el pueblo, ve todo lo ocurrido y vende unas cámaras antiguas que tiene y con el dinero paga el arreglo del equipo. La joven agradece mucho este acto de bondad, porque la cámara tiene un valor sentimental muy importante para ella, ya que su padre, quien fue encarcelado en Siria durante la guerra, se la regaló para que cumpliera su sueño de ser fotógrafa. A partir de este momento, se forma una amistad entre Yara ( Ebla Mari) y Tommy Joe Ballantyne, que se va fortaleciendo con el tiempo. Ambos se dan cuenta que hay mucha necesidad en el pueblo y deciden abrir un comedor comunitario en las dependencias del bar. Su lema es “si comemos juntos, permanecemos juntos”. Para ellos esto no es caridad, sino solidaridad. Muchas familias participan y agradecen la iniciativa, porque significa una gran ayuda. Pero justo cuando el pueblo se está uniendo y los pobladores avanzan juntos en pro de un mismo objetivo, un grupo de lugareños boicotea el proyecto hasta lograr que el comedor comunitario se cierre. La razón: están molestos, porque habían solicitado el lugar para hacer reuniones vecinales, pero Tommy Joe no se los prestó para evitar conflictos, ya que el ambiente estaba tenso. Por esto, sienten que les arrebataron el único espacio público que les quedaba. Con este drama social el cineasta Ken Loach muestra que en la clase trabajadora no hay bandos ni enemigos, porque todos luchan por lo mismo, y que permanecer unidos, y ser solidarios y empáticos unos con otros es un acto de rebeldía, de resistencia en estos tiempos de división. El director una vez más apostó por un elenco de actores no profesionales para darle más realismo a la historia y lo consigue, porque en algunos momentos pareciera que es un documental que retrata el diario vivir de un lugareño del pueblo. Con “El viejo roble” se cierra la trilogía no oficial de Loach. Esta comienza con la película “Yo, Daniel Blake” (ganadora de la Palma de Oro en Cannes), que aborda la burocracia y la precariedad en el trabajo. Le sigue “Lazos de familia”, que se centra en la economía del delivery y la explotación laboral. De las tres, la cinta que se estrena este jueves 17 de abril es la más esperanzadora. Este largometraje podría ser la última pieza cinematográfica del director británico, de ser así se despediría siendo fiel a su estilo y al mensaje que le interesa transmitir.
Buenas actuaciones, planos interesantes y una trama cautivadora, son algunos de los ingredientes que escogió Sébastien Tulard para crear su ópera prima “Azúcar y estrellas” , película que narra la historia de superación personal de Yazid Ichemrahen . Mientras el director se sumergía en la vida real del destacado chef que se convirtió en el mejor repostero del mundo con solo 22 años, se olvidó de un elemento clave: darle emoción al relato. Esto es un error, porque hace que la narración sea plana e insípida y que los espectadores no conecten totalmente con el protagonista. A pesar de esta carencia el largometraje no se considera malo, funciona, por algo ha cruzado fronteras, pero resulta más informativo que motivacional, es decir, no es de esos films que al terminar de verlos uno siente que puede conseguir todo lo que se proponga. Durante la película se cuenta la historia del joven de origen marroquí alternando escenas de su infancia, adolescencia y adultez. En ellas se ve que Yazid crece en centros de menores y con una familia de acogida - que le heredó el gusto por la repostería - porque su madre nunca pudo cuidarlo, ya que tenía problemas de alcoholismo. Gracias a su esfuerzo, audacia y disciplina el muchacho encuentra trabajo en el restaurante del reconocido chef Massena. Para poder formarse con él viaja 180 kilómetros diarios, pero no le importa con tal de ser su aprendiz. Más tarde el protagonista encuentra empleo en un hotel de la Costa Azul. Todos los días después de su jornada laboral se queda en la cocina perfeccionando sus creaciones, porque quiere participar en un concurso de chocolatería, cuyo ganador se convertirá en miembro de la delegación nacional que representará a Francia en la competencia mundial. Justo cuando se acerca la fecha del torneo lo echan del trabajo. Esto empeora el panorama y su situación económica ya era compleja. De hecho, dormía en la playa, porque todo su sueldo era retenido por un préstamo que pidió en el banco. Lo que más le duele de su despido es que se queda sin un lugar para practicar, pero se las ingenia y consigue apoyo de un empresario, quien le dará empleo si se convierte en el mejor repostero del orbe. Después de triunfar en la versión local, el joven trabaja como nunca para brillar en la competencia internacional de repostería sobre hielo. Cada sacrificio vale la pena, porque Yazid hace historia al convertirse en el campeón más joven del mundo de todos los concursos de pastelería. Gracias a esta hazaña hoy el destacado chef es consultor de los restaurantes más famosos del planeta. Ojalá muchos niños, jóvenes y adultos puedan conocer a través de la cinta “Azúcar y estrellas” la potente historia de superación de Yazid Ichemrahen que muestra que nuestro origen no determina qué tan lejos podemos llegar, porque con disciplina y trabajo duro los sueños se pueden cumplir, aunque a veces parezca imposible. El actor e influencer Riadh Belaïche encarnó al protagonista. Este papel fue su debut en la pantalla grande. Su trabajo fue bueno, pero si el guion hubiese tenido más fuerza su interpretación habría conectado más con los espectadores. El cineasta lamentablemente perdió la oportunidad de hacer una película que marcara la diferencia. “Azúcar y estrellas” habría sido mucho más conmovedora si hubiese transmitido la frustración que sintió el joven cuando lo echaron del prestigioso hotel donde trabajaba, la impotencia que lo embargó luego de que se rompiera su proyecto de chocolatería y la decepción que tuvo al ver que su madre no estaba cuando la necesitaba. Solo en el concurso donde el chef disputó el título de mejor repostero del mundo, hubo un viaje de emociones en la vida real, pero en la cinta faltó suspenso, tensión y la felicidad desbordante que sintió Yazid cuando lo coronaron como ganador. Sin duda, el director tenía una materia prima de muy buena calidad, pero no le sacó provecho, porque le faltó la sazón o si lo llevamos al mundo de la pastelería el dulzor esperado. Además, el largometraje tiene varias alteraciones temporales que afectan el curso del relato, ya que no queda claro cuál es el orden de los hechos. Si bien la cinta no le hace justicia a la historia real del protagonista, porque no está muy bien contada, y al terminar de verla uno queda con gusto a poco y con la sensación de que merecía una mejor narración, de igual forma se logra transmitir un mensaje inspirador, porque la historia de vida de Yazid es potente por donde se la mire, así que vale la pena verla.
Una dicotomía impactante que muestra el lado luminoso y oscuro, bueno y malo, inocente y culpable de una de las víctimas del holocausto, es en palabras simples el drama que narra la película “Stella, una vida, dirigida por el cineasta alemán Kilian Riedho. El largometraje cuenta la historia real de Stella Goldschlag , una cantante de jazz judía que entre 1943 y 1945 entregó a cientos de compatriotas a la Gestapo para que no la enviaran al campo de concentración de Auschwitz. La cinta empieza con escenas de alegría y regocijo. En los primeros minutos se ve a la protagonista ensayar con su banda. Su sueño es migrar a Estados Unidos y convertirse en una artista famosa. Luego la pantalla se va a negro y la joven aparece en una fábrica de armas. Han pasado varios sucesos desde las imágenes anteriores. Ahora Stella está casada con Manfred Kübler (Damian Hardung), un integrante de su grupo musical, es obligada por el régimen nazi a realizar trabajos forzados y vive escondida en un sótano, porque el holocausto ha comenzado. Lamentablemente, su esposo es capturado y llevado a un campo de concentración. Tiempo después la cantante establece una relación con Rolf, un judío que vende pasaportes falsos. El romance se intensifica y se van a vivir juntos. Con tal de generar dinero y de ayudar a sus padres, la joven se une al negocio de su novio. Cierto día la policía la arresta y le exige que le revele dónde vive un judío que le entregó documentos de identidad, ella se niega a hablar y la golpean sin piedad. Las imágenes son muy fuertes y realistas. Como Stella no colabora la Gestapo le advierte que la enviara junto a sus padres a un campo de concentración, para que esto no ocurra acepta ser una espía. En ese minuto con 21 años se convierte en una opresora de su pueblo y comienza a delatar a cientos de personas, incluso a sus propios amigos, algunos de ellos papás de niños pequeños. Cuando se da cuenta de que no conoce a más gente a quien pueda entregar convence a los policías alemanes de que liberen a Rolf y lo dejen trabajar como cazajudíos para que capture a sus ex clientes. Más tarde la protagonista se da cuenta de que todo el daño que hizo fue en vano, porque la Gestapo no cumplió el trato que tenían y envió a sus padres a un campo de concentración. Posteriormente la película muestra el juicio que enfrentó la artista en 1957 por colaborar con el régimen nazi y provocar la muerte de cientos de personas. En ningún momento ella reconoce que fue culpable, al contrario, intenta conseguir testigos que hablen a su favor para así quedar libre. Finalmente, es condenada a diez años de prisión, pero no es encarcelada, porque después de la segunda guerra mundial un tribunal militar ruso la sentenció a estar una década privada de libertad y acababa de cumplir la condena. La cinta no busca enjuiciar a Stella. De hecho, muestra que después del holocausto lo pasó mal, porque la gente la detestaba, incluso su hija, y que esto le afectó tanto que intentó quitarse la vida. Más bien la película invita a los espectadores a que se pongan en el lugar de la joven y que se pregunten si se puede ser víctima y opresor al mismo tiempo y qué estarían dispuestos a hacer para salvar su vida y la de sus seres queridos. La forma en que se narra la historia es muy atrapante, porque tiene ritmo, buenos giros, una excelente ambientación e impecables interpretaciones. Sobre todo destaca el trabajo de la actriz Paula Beer (Cielo Rojo, Undine, En Transito, Frantz), quien se luce en su rol protagónico gracias a su gran versatilidad. “Stella, una vida” es un gran acierto cinematográfico que aporta una nueva arista en el relato del holocausto. Con esta tremenda película el director Kilian Riedho enfatiza que es importante recordar para no repetir. Sin duda, un largometraje cien por ciento recomendado.